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Adonay Bermúdez Tomás Correa Adonay Bermúdez Tomás Correa

Madre. Búsqueda y origen.

Los cuerpos (nuestros cuerpos, nosotros mismos) son mapas de poder e identidad.
— Donna Haraway
Ahora estudio, sobre cuerpos semejantes al mío, la configuración de esta imagen particular que llamo mi cuerpo.
— Henri Bergson
Mi cuerpo, entonces, sirve como “tesoro” visual para que el otro lo vea; mi cuerpo “se agarra” a este otro cuerpo en lugar de sólo “acoplarse con el mundo” o colocarse, singularmente, como sujeto que ve, en control del o en diálogo con el mundo. Mi cuerpo existe como un cuerpo (carnoso y contorneado en su peso y significado) a través del deseo en relación con este otro cuerpo.
— Amelia Jones


El cuerpo recibe y proporciona conocimiento aunque sus órganos vitales, esos que insuflan vida y bombean sangre, hayan dejado de funcionar. El cuerpo es capaz de influir sobre otros cuerpos, de atravesarlos, de absorberlos y de traducirlos, de manera aleatoria y caprichosa, pero también tiene la facultad de entablar una conversación con el entorno, de asimilarlo, de amarlo y odiarlo, en definitiva, de impregnarse de él.

En este sentido, Teresa Correa nos remite a las metamorfosis de los cuerpos –con todo el peso que aporta el plural-, pero también a sus resistencias y a sus libertades, a sus miedos, tensiones y exilios. Nos acerca al cuerpo perforado por violencias, crisis y censuras que no es limitado ni limitable, al que es entendido como una miscelánea de capas sedimentarias -las físicas y las intangibles- que se superponen y conectan pasado, presente y futuro. Nos aproxima a lecturas que lo identifican como un mecanismo que va más allá de una construcción biológica, definición que lo circunscribe a un espacio excesivamente reducido.

¿Por qué nuestros cuerpos deberían terminarse en la piel o incluir como mucho otros seres encapsulados por ésta? El cuerpo es un ente inabarcable, es un refugio y un campo de batalla.
— Donna Haraway


El cuerpo es un conector entre lo de aquí y lo de allá, es una unidad de medida, es un vehículo especulativo: el cuerpo es memoria.

Para entender quién es Madre es necesario reconocer primero el concepto de cuerpo del que parte Teresa Correa, muy influenciado por los escritos de Henri Bergson. El filósofo francés propone una relación indisoluble entre cuerpo, memoria y tiempo, unidos todos ellos gracias a la concepción de pasado. Asimismo, distingue dos tipos de memoria: la mecánica que es generada por repetición y aquella que se adquiere por contemplación y asimilación. Correa, al igual que Bergson, se deleita en esta segunda categoría, la que entiende que la memoria no es un dispositivo inerte que deba ser forzado o aleccionado, sino un ser completamente autónomo que se nutre de la libre asociación.

Pero, ¿quién es Madre? En 1998 Teresa Correa regresa a su tierra natal, Gran Canaria, tras vivir varios años entre Madrid (España) y Monterrey (México). Ya instalada en la isla empieza a trabajar para el Museo Canario documentando todo su acervo de restos arqueológicos, así como toda una serie de objetos relacionados con la historia, las ciencias naturales o el arte en Canarias. En medio de toda esta amalgama de elementos históricos se tropieza de manera fortuita con el cráneo 1383 dentro de la colección de cráneos aborígenes canarios, descubriendo –para su asombro- que su propia estructura ósea es prácticamente idéntica a la del susodicho cráneo. Este hecho desató un proceso en el que la artista comenzó a apropiarse de elementos identitarios canarios para construir un imaginario propio. El cráneo, de procedencia norteafricana, supuso un antes y un después en su carrera, activando su investigación artística desde una visión arqueológica, antropológica y autobiográfica. Ese cráneo es Madre.

Madre es cuerpo pero también es memoria; una memoria en continuo movimiento, de atrás hacia delante y de delante hacia detrás, con saltos, con cambios de ritmo y con alteraciones varias. La memoria –la que se regocija en la contemplación, recurramos nuevamente a Bergson- no es estática y, por tanto, Madre tampoco lo es. La memoria afortunadamente es imprevisible e inestable, es efervescente, es imperfecta y, especialmente, es maleable, siendo capaz de adaptarse a intereses políticos, económicos o culturales pero también de abrir puertas que se creían cerradas, permitiendo el paso de toda una plétora de conocimiento.

Y ahí es cuando aparecen las excavaciones arqueológicas en la producción de Teresa Correa. Su interés no solo radica en una atracción científica –y hasta estética-, sino que la excavación aflora como metáfora que desentierra lo que está oculto a la memoria, como puertas que se abren de par en par. Dentro de la excavación se encuentra la retícula, un espacio perimetrado –nuevamente tanto físico como intangible- que representa lo que va a permear a la sociedad: todo lo que se ubique en su interior es lo que se convierte en verdad y en conocimiento.  Pero, ¿qué pasa con lo que queda fuera de la retícula? ¿Qué ocurre con todo aquello que no se encuentra legitimado en los libros de historia? Correa comenzó su investigación en la retícula para posteriormente cuestionarla y destruirla, abrazando el conocimiento limítrofe y nutriéndose de todo lo que ello significa.

Siempre vivo pensando en todos aquellos acontecimientos que se quedan en el límite de la retícula, justo por donde pasa la cuerda, el hilo, la tiza que cuadricula estos espacios. Sin límite no hay fronteras que traspasar, no hay vértigo al cruzarlas.
— Teresa Correa


Madre es una búsqueda constante, es fijarse precisamente en todo aquello que se localiza fuera de la retícula. Es negarse a continuar con la mirada única, esa mirada que oprime, que impone, que racializa y que instrumentaliza. Una mirada que quiere ver lo que nunca se ha visto o lo que no se ha querido mostrar. Tal y como nos aclara la comisaria Raquel Zenker:

Agazapada tras vestigios y despojos, Correa extrae a la luz aquellas evidencias arqueológicas que están en estado latente, ocultas, en la sombra, esperando tanto ser reveladas como desplazadas de su significación. De ahí su interés constante por los almacenes y archivos de los museos, espacios que aunque vetados irremediablemente a nuestra visibilidad, permiten a esta creadora deslizarse en ese ‘continuum’ entre luz y oscuridad.
— Raquel Zenker


En el momento en el que se arroja luz sobre el objeto se reconoce su existencia. Allí donde el individuo cree mirar, en medio de ese juego de luces y sombras, él también es mirado por los objetos –apelemos a la lata de sardinas de Jacques Lacan-. Esa mirada recíproca, ese reflejo en el otro, ese diálogo sin palabras. Madre necesita de nuestra mirada –la del espectador- para poder completarse y, por tanto, existir.

Y es que a poco que nos detengamos a pensarlo, está claro que buena parte de nuestra imagen mental del mundo deriva de la manera y de las formas a través de las cuales dicho mundo se presenta ante nuestros ojos espacialmente hablando.
— Estrella de Diego


Llegado a este punto es fundamental detenerse en la mirada de la propia artista, la del autorretrato. Es una mirada enigmática, penetrante, impasible. Pero, ¿qué o a quién mira? ¿Por qué? ¿Cuál es su objetivo? ¿Realmente es ella la que mira? Si nos adentramos en Autorretrato con Madre (2000), descubrimos una mirada que pretende implicarnos, introducirnos, obligarnos a ser testigos de un relato o escena cuasi mística. Es entonces cuando nuestro privilegio –el del público que se regocija con la distancia- desaparece; con una a priori sencilla mirada, Teresa Correa es capaz de romper el muro que separa al público de la obra de arte pero, también, hace tambalear las reglas espaciales y temporales, atrayendo a ese espectador externo y del hoy a un escenario totalmente íntimo fotografiado décadas atrás. Es una mirada que envuelve, que atrapa, que seduce y que, seguramente, transforma. Autorretrato con Madre (2000) no es una vanitas o, por lo menos, no responde al modelo clásico seducido por la representación de la transitoriedad de la vida y del carácter efímero de sus placeres. Va más allá. Realmente Teresa Correa no es quien mira, la que clava sus ojos en el espectador es Madre. La artista le ha trasferido sus ojos y su cuerpo para que Madre pueda mirar el mundo, ese mundo que ha sido cruel con ella ocultando su existencia. Pero no es la primera vez que Correa convierte su cuerpo en un vehículo temporal que pone a disposición del cráneo. Con Arqueología de lo íntimo (2000) o con Caja de Luz (2017), nuestra artista solicitó que radiografiaran todo su cuerpo para donárselo a Madre y, de esa forma, engendrar un híbrido digital y convertirse en una doctora Frankenstein.

No sería descabellado asociar estéticamente –y solo estéticamente- los autorretratos con Madre de Teresa Correa con una Magdalena penitente o una Santa María Egipciaca, sobre todo teniendo en cuenta que la propia artista se representa desnuda o con una vestimenta austera. Tampoco sería de extrañar que nos quiera remitir a un San Jerónimo señalando el cráneo o a lienzos como Viejo con calavera (c. 1625) de Jan Lievens o Nicolás Omazur (1672) de Bartolomé Esteban Murillo. No sería la primera vez que Correa destrona a un hombre para colocarse en su lugar y, de esta forma, evidenciar la anulación de la figura de la mujer en la historia. Véase la videoperformance Desmesurada-mente (2015) que tiene como punto de partida una fotografía que se puede ver actualmente en el Museo Canario (Museo de Antropología y Prehistoria) de ​Las Palmas (España), en la que se descubre en el mismo lugar y con casi los mismos elementos al Doctor Verneau, famoso médico y antropólogo francés (1852-1938) que durante años se dedicó al estudio en Canarias de los restos esqueléticos de la población aborigen. Entre otras teorías, hoy supuestamente refutadas, indicaba que el tamaño del cerebro se relacionaba con la capacidad intelectual, conclusión a la que llegó a través de cálculos y mediciones específicas. Estas teorías le llevaron a afirmar, entre otras cosas, que el cerebro de la mujer y el del africano son más pequeños y, por tanto, son menos inteligentes que el hombre blanco. Con Desmesurada-mente (2015) la artista expulsa al Doctor Verneau y se pone en su lugar. Esta acción pone en evidencia los discursos patriarcales, androcéntricos y racistas que justifican y reeditan las actitudes de discriminación y desigualdad en el presente.  

Pero si la cuestión es hablar del autorretrato y no tanto del retrato, requiramos la presencia de obras como Autorretrato con calavera (c. 1660) de Michael Sweerts, Autorretrato con el Amor y la Muerte (1875) de Hans Thoma, Autorretrato con calavera (1977) de Andy Warhol -aunque elude la mirada con el espectador-, Autorretrato con esqueleto (2003) de Marina Abramović o Autorretrato en la frontera entre México y Estados Unidos (1932) de Frida Kahlo, quizás una de las obras más desconocidas de la mexicana donde, además de la mirada desafiante y el cráneo, aparecen referencias a la ruina, a la cultura, a la historia y a la identidad, todas ellas en clara sintonía con la artista canaria. La relación con Kahlo, a medida que se escarba, se hace más y más interesante. Tengamos en cuenta la visión del cuerpo y la muerte que ambas comparten o que durante años Correa vivió en México realizando fotografía social para el suplemento Sierra Madre de El Norte de Monterrey. Ese periodo debe considerarse crucial, fue cuando su registro cambia hacia un compromiso social y político y supuso el germen de todo su estilo artístico actual. Por tanto, recurrir a Kahlo, una de las pocas mujeres artistas que gozó y sigue gozando de gran popularidad y respeto, tiene toda su lógica.

En una sociedad donde las estructuras del conocimiento legitimado se erigen como estructuras heteropatriarcales, donde el legado de la mujer y de su figura como tal no solo son olvidadas sino anuladas, se hace necesario revisar el pasado para cambiar el presente y, por ende, para imaginar un futuro con cierto optimismo. Tras la práctica de Correa subyace toda una serie de mecanismos que ponen el foco en un conjunto de relatos disidentes que permite que todo sea cuestionado, no como hechos aislados, sino como acontecimientos en continuo movimiento. Madre evalúa la exclusión de las mujeres en la sociedad como sujetos sociales en la comunidad por parte de los discursos hegemónicos, lo que supone debatir y reescribir muchas páginas de la historia. Hacer justicia.

Es, pues, de suma importancia para la comprensión del fenómeno revolucionario en los tiempos modernos no olvidar que la idea de libertad debe coincidir con la experiencia de un nuevo origen.
— Hannah Arendt

El trabajo de Teresa Correa, que cabalga entre silencios y rumores, dialoga sobre conocimiento –del impuesto, del limítrofe y del periférico-, de tiempo, de memoria y de identidad, abordado este último como un proceso fluido. Nuestra artista se mueve entre lo visible y lo invisible, entre lo revelado y lo que se permite revelar y cuestionar; de ahí su pasión por la fotografía analógica, entendiéndola como acción que concede la capacidad de desvelar una imagen, de revelar una posible realidad.

Madre envuelta en plástico como si fuera una placenta. Madre recibiendo monedas de veinte céntimos. Madre en una radiografía y enterrada en el jable. Madre es viento y Madre es África. Madre presente y, a veces, parece que ausente. Madre de lado, Madre de espaldas y, sobre todo, Madre de frente.

Madre es búsqueda. Madre es origen.

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